No entiendo
aquellos ojos
que quieren soñar
y no sueñan,
ni a nuestros
labios,
pidiendo permiso
para tocarse;
no entiendo
esta vida
si la felicidad
se pospone
por lluvia.
No te entiendo.
Entiéndeme tú
que no es falta
de comprensión
cuando aquellas,
nuestras manos,
que se unen,
se suman y se restan
sin darse cuenta.
Pero entiéndete
mejor tú misma,
entiende de una vez
por todas
que no eres trofeo
ni copa;
que no eres suerte
ni azar;
que en el amor
no hay calendarios
y que para muchos
serás la luz de una
hermosa estrella fugaz
y para pocos
la única razón
para mirar el cielo,
no más.
Qué pena amor mío,
no te puedo entender,
pero te quiero.
Y desde luego
que un anhelo
puede tomar
forma
de mujer,
cuerpo
de mujer,
y así,
aprenderá
a arder
como mujer.
Un anhelo mío,
por cierto,
mío que
comparto
con el mundo,
mío de los míos,
de mi gente,
de mis amores,
de mis tiempos,
tuyo.
Ay de nosotros,
amor mío,
que ya nos quisimos
y nos queremos,
que ya nos perdimos
y nos recuperamos,
que ya nos tentamos
y ahora no nos podremos
olvidar.
Tú y yo
no somos tan distintos,
ambos luchamos
por la misma causa,
pero el día que
lo hagamos juntos
entenderemos
que ninguna batalla
estará perdida,
que el hecho de luchar
codo a codo y mano a mano,
ya es una victoria lograda.
Las matemáticas
también sueñan,
por eso cuando
me veo contigo
entiendo que
sumar, restar,
multiplicar y dividir
tiene sentido
mientras el resultado
sea más amor
y menos tristeza;
todo lo contrario
sería una guerra
perdida.