Te leo al derecho
y también al revés;
aprendí a leerte
en lenguajes cotidianos,
en lugares insospechados,
te leo en el aire;
de norte a sur,
de este a oeste.
Te leo, claro,
en cielos que arden,
en infiernos bienaventurados,
en ojos que lloran,
en lágrimas que ríen,
en risas que nombran,
en nombres que luchan,
en luchas que ganan.
Te leo como un hermoso libro,
te leo con las manos
o así como la biblia,
–¿cómo la biblia?–
sí, con devoción;
te leo al derecho
como un libro de fe,
de esperanza y de amor.
Ah, pero también te leo
como la biblia al revés:
como la historia
de un mundo
destruido y renacido
en dos amantes que se besan
desafiando al dios
que inventaron.
Ahora,
no sé si soy yo
el que te lee
o si eres tú
la que me escribes.
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