Entre el escritor de antes y el escritor de ahora, existe más que tiempo de diferencia.
El de antes, más joven, inyectaba ingenuidad a sus formas; aprendió a caminar antes de tiempo y por ello dobla un pie hacia afuera; conocía palabras, hacía rimas y versos. En su agenda cada miércoles su imaginación volaba, tal vez más de la cuenta. Su inspiración provino de canciones, situaciones (más ajenas que propias), y era más un acto de magia que un acto de fe, a fin de cuentas.
El de ahora, menos joven, no tiene forma y tampoco ingenuidad; no camina, no corre: salta en las teclas; sigue doblando el pie, pero menos afuera. Vive las palabras, y casi no rima pero tiene más letra. No tiene agenda. Ya no imagina, en cambio sueña. Su inspiración lo es todo, como todo lo es ella. Ahora es amor y no un acto, el circo acabó hace tiempo.
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