Ella que trabaja,
que hurga entre papeles
como hurga en el alma;
escribía de pulso
la misma historia,
una y otra vez
tantas veces.
Aquél estribillo
era encantador,
no tanto la historia
que repetían
sus labios,
a los que,
por cierto,
no le quitaba
los ojos de encima
y habrán pesado tanto
como un beso.
—imaginé yo—
Ella que trabaja
y yo que la miro
con los ojos de un
ocho al revés.
Hermoso cautivador
infinito.
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